jueves, 9 de noviembre de 2017

“No soy inventor; repito y mejoro el trabajo de otros”

Texto y fotos: José Roberto Duque

Benito Morillo, tecnólogo popular
Uno tiende a suponer o a dar por hecho que el ser humano sumido en la dinámica de la compra-venta ve atrofiarse su inventiva y su creatividad. Que en las épocas y zonas tocadas por la abundancia las capacidades de adaptación e improvisación disminuyen o desaparecen. La estrechez y las condiciones adversas potencian el ser creativo; el hartazgo de recursos y la “buena vida” (eso que mata de obesidad a la burguesía) lo inhiben. En El Callao ocurre una anomalía; tal vez se explique porque los poderes creadores siguen residiendo en los trabajadores, en la gente que a pesar de la abundancia de los alrededores sigue siendo explotada. El músculo que saca el oro de la tierra tiene sobredosis de trabajo físico y aun así tiene tiempo y energía para poner a funcionar el cerebro.

Varios de los artificios mecánicos y tecnológicos que están actualizando la maquinaria en el pueblo emblemático de la bonanza aurífera están siendo fabricados y producidos por obreros, algunos más brillantes que otros a la hora de inventar soluciones que no están en ningún manual.
Al fondo, a la derecha: la turbina o bomba de empuje
Benito Morillo es de los que le ponen ingenio y capacidad de deducción antes de emplear la fuerza física. Es apureño, de Guasdualito pero en 2012 se fue a vivir a Guasipati, y es en El Callao donde ha encontrado mejores oportunidades y contratos. Tal vez lo ayude el hecho de que ha sabido honrar el nombre de este pueblo con actitud llanera: el nombre de El Callao tuvo origen en un señor que sacaba oro sin decirle a nadie, y bien callao se ha sabido mantener también Benito para no alardear de su talento, que es mucho y ha producido maquinarias sólidas y duraderas.
Benito en labores de soldadura
Superando su vocación silenciosa, informa que ha fabricado más de 200 molinos (artefactos de moler y triturar las piedras contentivas de material aurífero), bombas de empuje o turbinas, ejes de arrastre (poleas), tanques que dentro de poco se emplearán en procesos de cianuración. La creación suya de la que habla con más orgullo es un facsímil o copia de molino H33, poderoso molino de triturar y pulverizar, y que está activo en una planta en el sector El Perú. Esta máquina es copia de una que antes tenía que ser importada: el molino H33 también es conocido como Brasilero.
El gigantesco H33
En voz baja y sin hacer mucho aspaviento se presenta a sí mismo de esta manera: “Yo lo que soy es soy montador y armador. Desde hace 25 años estoy soldando; aprendí viendo a los demás y así fue que me contrataron en mi primer trabajo: vi lo que estaban haciendo unos señores, me preguntaron que si era capaz de hacer una pieza igual a una que tenían de muestra, y yo la hice. Lo que me digan que haga yo lo hago, pero no soy inventor; lo que hago es repetir y mejorar el trabajo que ya han hecho otros”. En ese hacer cosas que ya se hicieron antes ha construido motores de vehículos y tractores, adaptaciones varias. Otro rato más y desentierra otro antecedente importante: en su juventud fue carpintero en Magdaleno, un pueblo de artesanos que es templo de la carpintería en el estado Aragua.
Tanquilla para carbón activado, dentro de un tanque de cianuración
Aunque no le gusta hablar de su historial formativo, al rato de estarle preguntando aceptó resumir su currículum: es mecánico certificado de maquinaria pesada (motores diesel), hizo un curso en Pdvsa y electricista de construcción. Pero más allá de ese conocimiento adquirido en cursos y estudios formales, lo que destaca de sus destrezas es la capacidad para improvisar soluciones con materiales desechados o desechables. Sus piezas y equipos están hechos totalmente o en buena parte de chatarra reutilizada. Rebasando la frontera de su ocupación, relacionada con la maquinaria y equipo para extraer oro, se enorgullece de otra obra, bastante visible en la población de El Callao: fue él quien fabricó e instaló el gigantesco portón metálico del estadio de fútbol. “Así sin mostrárselo no le puedo explicar por qué era tan difícil resolver ese problema del portón, y por qué nadie había podido hacerlo. Mejor vaya y lo ve usted mismo”.

A sus 50 años está convencido de haber tomado una buena decisión al venirse desde Apure hasta el otro extremo de Venezuela, con su mujer e hijos: “En mi pueblo hay trabajo, pero no hay futuro. Aquí en El Callao sí hay futuro”, sentencia.

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