jueves, 16 de noviembre de 2017

La rebelión de Nuevo Callao y el poblado posible (I)

Para llegar a la historia

Entrada de Nuevo Callao
Esta es la primera entrega de una investigación hecha en el sitio donde tuvo lugar uno de los hitos más importantes de las luchas mineras en Venezuela: la rebelión de Nuevo Callao (1995). En este tiempo de transformación de la actividad minera en nuestro país es pertinente revisar la evolución de ese poblado hasta el momento actual. Su fundación fue violenta; mineros organizados de Tumeremo se pusieron al frente de una multitud harta del saqueo y la humillación de la transnacional Greenwich Resources, expulsó a los dueños de la compañía que se llevaba el oro de Venezuela y desde entonces la explotación minera está a cargo del pequeños mineros organizados.

Está llena de falsedades la propaganda que quiere satanizar a los pueblos mineros, exponiéndolos al desprecio del resto del mundo como territorios donde sólo existe barbarie, catástrofe y corrupción. Tampoco proceden la edulcoración ni la idealización de un fenómeno económico-social que sí ha sido violento y tortuoso, como todo proceso creador de sociedades. Hay problemas y complejidades que el Arco Minero del Orinoco no ha creado sino que está comenzando a sistematizar para normar y corregir algunas situaciones inaceptables. Unos problemas y complejidades que un buen número de personas pensantes y trabajadoras están luchando desee hace años para eliminar o transformar.

El municipio Sifontes del estado Bolívar es un territorio con una historia de luchas populares y numerosos ensayos de organización social y política. Por eso, los planes de humanización y dignificación de la actividad minera son un proyecto realista y posible: allí donde el fascismo y la ignorancia se empeñan en ver salvajes, hay en realidad seres humanos con el talento y el impulso de vivir de otra forma, conservando y humanizando su actividad económica primordial.

En esta primera entrega se arroja luces sobre un contexto histórico y sobre el espacio geográfico, una visión inicial necesaria para entender la enormidad del trabajo hecho por la gente, cuando expropiar empresas no era una política de Estado sino una gesta heroica de pueblos.


José Roberto Duque


Sí, aquí era donde azotaba El Topo, autor de la masacre de los mineros de Tumeremo el año pasado.

No, eso no es lo más importante que ha pasado en la historia de Nuevo Callao.

Habrá acción en este intento de reconstruir los hitos de la historia de ese intento de poblado minero, pero no caeremos en la tentación facilona e irresponsable del sensacionalismo.

Eso sí, nos permitiremos un poco de dramatismo. El poblado minero cuya breve historia reconstruiremos queda al sureste de Tumeremo, más cerca del Esequibo que de Brasil y más cerca de Brasil que de Caracas. La mayoría de sus minas está registrada en el radio de acción del Arco Minero del Orinoco, lo cual, por lo que acabamos de decir y por otras razones más, es un acto de soberanía.

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Antes del renacer del oro la fiebre era de balatá.

En este territorio selvático del estado Bolívar la explotación del caucho llegó a ser mucho más rentable que la del oro, más o menos hasta mediados del siglo 20. Era una actividad ruda, que podía llegar a ser cruel e inhumana.

A los hombres, miles de hombres, que venían a extraer de un coloso vegetal la materia prima del caucho los llamaban pulgueros. Eran los obreros encargados de trepar a un árbol alto y robusto llamado pulgo, hacerles cortes transversales que hacían drenar la savia, un líquido blanco y viscoso, hacia un canal principal, en cuyo extremo inferior se colocaba una especie de canal metálico. Por allí corría el liquido e iba a parar a un recipiente. Ese recipiente era puesto en el fuego y la sustancia se iba convirtiendo en una pelota de goma que se vendía a buen precio. Suena fácil y hasta divertido el trabajo, pero el paludismo y los accidentes laborales diezmaron a centenares de estos trabajadores.

Todavía se pueden ver, en la vía que va desde la comunidad kariña Los Guaica hasta Pueblo Viejo (centro fundacional de Nuevo Callao), e incluso más adentro entre las actuales minas de oro, algunos de esos árboles centenarios objeto de explotación. Les haces un pequeño corte levantando la corteza y la leche del caucho vuelve a fluir.


Una pequeña herida a un pulgo, árbol del balatá
Por esa pequeña herida fluye la savia que en otro tiempo era fuente de riquezas




Marcos Rivero y Luis Gerónimo Marcano conservan algo más que el simple cuento/testimonio de los viejos: el primero vio muchas veces al pasar algunos de aquellos canales recolectores incrustados en los árboles, pero cuando adquirió conciencia del valor patrimonial de esos objetos fue a ver si recuperaba alguno y ya no quedaban rastros. Marcano tuvo más sentido de la oportunidad y conserva una “espuela”, implemento que los pulgueros se colocaban a la altura de los tobillos para ayudarse a trepar por los troncos hasta arriba.

La vía que conduce desde Tumeremo hasta Nuevo Callao es asfaltada hasta un punto; es la Troncal 10, la carretera nacional que comunica con La Gran Sabana. Luego hay que desviarse hacia el este por una vía de tierra, transitable por un corto trecho para cualquier vehículo en buenas condiciones, y de pronto se convierte en una pequeña pesadilla en la que sólo se puede seguir en una toyota (las hazañas cotidianas han inmortalizado esta marca japonesa), en moto o a pie. La otra opción es un helicóptero (el pájaro, lo llaman), pero hace unos años este medio de transporte dejó de ser una alternativa viable, por los costos.

Muy contadas veces, sobre todo en casos de emergencia, los pobladores de Nuevo Callao solicitan uno por teléfono a la compañía Ranger, pero tienen que estar dispuestos a pagar el precio: 30 gramas de oro o 60 millones de bolívares, por una “carrerita” hasta Tumeremo, que dura unos pocos minutos. Hacia el año 1996 los estudiantes y la maestra de la escuela de Rancho de Lata (un sector del núcleo fundacional de Nuevo Callao) se trasladaban en helicóptero desde la orilla del río Botanamo hasta la sede del plantel ubicada a unos dos kilómetros. Ahora ese corto trayecto se hace por picas y caminos.

Tumeremo queda a unos 60 kilómetros de Nuevo Callao, pero por ese intento de carretera (una pica, en el lenguaje popular de los lugareños) puede uno invertir hoy entre una hora y media y doce horas, dependiendo de las condiciones climáticas, las del terreno y las del vehículo en que uno se mueva. A mediados de noviembre de 2017 hicimos el trayecto en casi 5 horas. Es tiempo de lluvias esporádicas y pasajeras y esa escasa agua es suficiente para llenar el camino de lagunas, repentinas trampas de arcilla, huecos formidables que la toyota sortea ayudada por el winche y sus aliados, los muchos árboles del entorno. Si uno viaja al descubierto en la parte trasera la faena se agradece si uno va dispuesto a “pasarla distinto”, en clave de aventura memorable para citadinos. Hay un bejuquito insidioso y malasangre lleno de espinas curvas como uñas de gato, que cuelga de los árboles y parece haber sido diseñado especialmente para amagarle la vida a los viajantes distraídos; si uno no lo esquiva a tiempo puede romperle la piel, la ropa o incluso llevarse impunemente un ojo. En la zona lo llaman jalapatrás, y créanlo, no podía llevar un mejor nombre esa ramita tan ladilla.

Hay que bajarse y caminar cada tantos kilómetros, porque hay tramos en que la toyota tiene que lidiar con el menor peso posible contra el barro y a veces se inclina hasta casi voltearse; es difícil decir si esos hombres llevan la camioneta o si la camioneta los lleva a ellos. Uno ha transitado por carreteras feas en la vida, y esta califica como de las más odiosas. Pero cuando uno le comenta esto al chofer de la toyota el hombre suelta un grito de burla y aporta este otro dato toponímico: “¡Muchacho!, esta carretera es bella, esto es una autopista. Si quiere ver carretera mala siga hasta Botanamo; antes de llegar hay un pedazo que llaman La Lambada”. Quienes no se hayan enterado de que hubo un baile brasileño de moda en toda América los años 80 sólo tienen que buscar los videos: aquello era una faena hipnotizante en que las garotas agitaban cintura, cadera y culo en un despliegue maravilloso de sensualidad. Vaya y mire los videos: así mismo se menean las toyotas llenas de gente y mercancías al pasar por esa parte de la ruta.



La carretera se convierte en una pequeña pesadilla
Unos kilómetros antes de llegar al río Botanamo (río que es preciso cruzar en chalana artesanal, esperar que la toyota haga lo mismo y proseguir) los mejor informados informan: “Debajo de la carretera, en esta curva, aparecieron enterrados varios cadáveres el año pasado. El helicóptero donde vino la fiscal general aterrizó en este punto y aquí mismo uno veía botadas las batas, guantes y mascarillas que usaron los forenses”.

Cruzando el río Botanamo
Venimos de El Callao, donde uno aprende por esas cosas de los nombres de los pueblos que hay asuntos que no es bueno andar comentando ni preguntando mucho en público, pero está claro que se estaban refiriendo a la masacre perpetrada por El Topo y su banda.


Esa matanza, que según cuentan los vecinos no fue ejecutada allí sino en un lugar lejano, y esta carretera sólo les sirvió a los asesinos para ocultar los cuerpos, no ha sido lo más espectacular que ha ocurrido en este pueblo. Hay sacudones lamentables y perversos, y hay otros que funcionan como punto de arranque o Big Bang para las faenas edificantes de los pueblos.


En Nuevo Callao hay comunidades kariña que viven de la caza y la pesca, también de sus conucos y de su elemento ancestral por antonomasia: la yuca y sus casabes. No es extraño que de vez en cuando aparezcan por el pueblo vendiendo piezas de cacería: venados, lapas. Los moradores han visto cerca del poblado ejemplares de león barretiao, dos variedades de tigres, ofidios de varios calibres. Las minas de Nuevo Callao están, entonces, en medio de una selva espléndida, remota y peligrosa en muchos sentidos.

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Próxima entrega: la rebelión de 1995

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