martes, 28 de noviembre de 2017

La rebelión de Nuevo Callao y el poblado posible (II)


La rebelión de 1995
En este claro en medio de la selva, en Nuevo Callao, la transnacional Greenwich Resources tenía una cerca electrificada donde encerraba a los mineros que entraban para llevarse unos gramos de "su" oro. Oro de la tierra venezolana saqueado por ingleses. Hasta que los mineros se sublevaron

José Roberto Duque

A finales de mayo de 1995, días después de la toma-rebelión de Nuevo Callao, un vehículo avanza por la Troncal 10, la carretera que conduce a Upata con el eje Guasipati-El Callao-Tumeremo-Gran Sabana, ese territorio lleno de oro y de gente luchadora. En las alcabalas se ha redoblado la vigilancia y el celo con todo lo que se desplace por allí, debido al tremendo impacto que ha causado la expulsión de una corporación inglesa por parte de un grupo de mineros y revoltosos. En una de las alcabalas, uno de los guardias se detuvo durante más tiempo de lo normal a observar dentro del carro, a cada uno de los cuatro viajeros. Momento de tensión; en el auto viajaba un personaje en modo clandestino, pues andaba buscado o seguido muy de cerca por los cuerpos de seguridad del Estado. Esta historia continuará al final de esta otra historia, la que sigue.

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En los parajes selváticos de la mina conocida como Nuevo Callao, al sureste de Tumeremo y en dirección hacia el territorio Esequibo, los administradores, capataces y propietarios de ese yacimiento de oro se comportaban como uno espera que se comporte todo ente tiránico, en este caso un consorcio transnacional. Nadie se movía a o largo de las 17 mil hectáreas que “alguien” le entregó en concesión a la Greenwich Resources, empresa inglesa dedicada a la explotación de oro en varias partes del mundo, sin arriesgar la vida.

Muchos fueron los mineros que fueron secuestrados, torturados y vejados entre las décadas de los 70 y los 90 por un pequeño ejército privado de criminales apoyados por la Guardia Nacional, por el solo acto de meterse a ese territorio, que queda en Venezuela pero que era propiedad de una empresa transnacional, y buscar unos gramos de oro para medio ensayar la sobrevivencia de una familia. En la década de los 80 un gramo de oro valía apenas real y medio (0,75 bolívares), y esto no alcanzaba sino para resolver el desayuno muy modesto de una persona. En otra entrega se analizará la evolución y algunos datos comparativos del precio del oro; de momento, limitémonos a retener el detalle, muy revelador, de que para obtener un gramo de oro de una veta a veces es preciso remover cientos de kilos de material (mayoritariamente cuarzo). Transportar esa enorme cantidad fuera de los inmensos territorios de “los gringos”, que así llamaban en Tumeremo y sus alrededores a los odiosos invasores que se comportaban en nuestra tierra como si fuera su finca particular, era una verdadera hazaña. Quienes no lograban esa hazaña eran capturados y tratados como delincuentes. Los mineros venezolanos no podían sacar oro del pedazo de suelo (venezolano) asignado a los ingleses.

"El Tío" Luis Gerónimo Marcano
Una de las mayores vejaciones que sufrían los mineros furtivos capturados era el ser retenidos en una especie de celda improvisada con varios rollos de alambre de púas, a la que se aplicaba electricidad. Los mineros capturados eran encerrados allí hasta que llegaban las “autoridades” y los sacaban a palos para llevarlos a otra prisión, formal pero igualmente vejatoria. Entrada la década de los 90, con un país en dramático proceso de transformación debido a dos cataclismos político-sociales ocurridos en tres años (el sacudón de 1989 y la rebelión cívico-militar de 1992), y un pueblo en pleno despertar de su conciencia, comenzó a gestarse lo que después se conoció como “La Toma de Nuevo Callao” y, en otro registro un poco más épico, “La rebelión de 1995”.

Luis Gerónimo Marcano, un trabajador venido a Tumeremo desde Cocollar, en el estado Sucre, para ese entonces tenía poco más de 30 años; hoy tiene 55 años y se ha convertido en una especie de cronista no oficial del poblado. Lo llaman “El Tío” y es uno de los pocos fundadores del caserío que aún se mantienen en el lugar. Recuerda que “los gringos” les pagaban a varios mineros un sueldo mensual de 75 mil bolívares; se trabajaba 21 días al mes por 8 días libres. “Había una alcabala como una hora antes de llegar al río Botanamo, y hasta ahí podía llegar la gente que no trabajaba en la mina. Tenían unos vigilantes armados y apoyo de la Guardia Nacional”.

El sentimiento de rencor ante los abusos de “los gringos” y capataces de estos propietarios era creciente; Tumeremo estaba lleno de gente que vivía de la minería o que quería probar suerte buscando oro, y la actitud señorial de aquellos patrones protegidos “desde arriba”, sumada a su forma abusiva de ejercer el poder y el control de la zona, comenzaron a convertir la situación en Nuevo Callao en una olla de presión. Todos los días llegaban reportes de una nueva arbitrariedad; todos los días se iban sumando personas dispuestas a sacar de allí por las malas a los intrusos, desde preadolescentes hasta hombres con toda una vida de trabajo minero.

Todavía se encuentran a orilla del camino viejos barrancos o verticales en desuso. De allí se extrajo oro en cantidad rumbo a Europa
José Lacourtt, proveniente de Güiria, cuenta que durante los días decisivos, cuando ya había suficientes hombres del pueblo dispuestos a ingresar a las instalaciones y enfrentar a los dueños, se regó como pólvora otro crimen en desarrollo: los ingleses tenían prisioneras a unas mujeres y todo indicaba que las estaban abusando sexualmente o preparándose para la violación. Hasta que llegó el día 5 de mayo de 1995 y cayó la gota que derramó el vaso.

Héctor Franco, quien hoy es dirigente político, activista y trabajador de Minervén, en ese momento era un joven de 22 años pero ya tenía suficiente bagaje político, sabía cómo agitar y enardecer multitudes con el verbo, y había estado en contacto con factores para ese momento catalogados como “extremistas”: era uno de los hombres con que contaba en Bolívar el movimiento emergente alrededor de Hugo Chávez Frías. “Éramos clandestinos todavía, el comandante acababa de salir de la cárcel y la gente nos recomendaba que nos presentáramos como militantes de La Causa R, que para ese momento era afín a los movimientos revolucionarios y tenía la ventaja de que era un partido legal”. Franco, nacido y criado en Guasdualito, estado Apure, estaba metido de lleno en la efervescencia del movimiento que cobraba forma en Tumeremo, cuando el día 5 llegó la noticia decisiva: un trabajador que había sido capturado por “los gringos” enfermó de paludismo en la prisión que estaba dentro de la empresa, y luego obligado a salir de allí sin un bolívar, para que se largara a pie hasta Tumeremo (a 60 kilómetros por una región selvática), y había muerto antes de poder recibir atención médica. Su nombre era Alfredo Nieves, natural de Achaguas, en Apure. Esta muerte desató las fuerias del pueblo, y se ha registrad esa fecha (5 de mayo) como el inicio de la toma o rebelión.

Héctor Franco: en su juventud le tocó ser testigo y protagonista de la rebelión de mineros
Docenas de carros y motos atravesaron la precaria carretera llenas de dirigentes y mineros, arribaron a la primera alcabala, donde desarmaron y maniataron a los vigilantes y siguieron camino hasta el río Botanamo. Cuenta Héctor Franco que cuando él llegó vio a un vigilante atado y con fractura de una de sus clavículas. Los mineros que se habían adelantado lo habían desarmado por la fuerza pero lo habían dejado vivir. Fue ese el momento, cuenta Franco, en que comenzó a sentirse súbitamente mal, a sentir un escalofrío. “Me preguntaba a mí mismo, cuando empecé a sentir esos temblores y ese frío: ¿pero qué me está pasando, si yo no tengo miedo sino más bien ganas de llegar? No ardé mucho en entender lo que me estaba pasando: eran los primeros síntomas del paludismo”. Héctor debió guardar reposo y reincorporarse días después a la fundación de Nuevo Callao.

Cruzaron el río, recorrieron el trayecto que los separaba de “Rancho de Zinc”, el campamento residencial de los ingleses, y allí fueron recibidos a plomo. A plomo respondieron los trabajadores en una corta batalla, que terminó al percatarse los gringos de la enorme cantidad de gente que venía contra ellos. Los ingleses fueron sometidos y desarmados. Comenzó entonces a concretarse la entrega de territorios al pueblo organizado, por parte de la transnacional. Esto, en un tiempo en que las transnacionales y el Estado venezolano formaban una sólida alianza contra toda iniciativa levantisca. Llegaron los Guardias Nacionales dizque “a poner orden”, pero fueron los trabajadores los que decidieron qué cosa significaba eso de “orden” de entonces en adelante.

Al frente de este movimiento se encontraba, entre otros dirigentes, el minero William Padilla. A este caballero, que vive en Tumeremo, se le atribuye el haber negociado la entrega de los pocos ingleses que fueron capturados y retenidos a la Guardia Nacional. Las condiciones y puntos negociables fueron sencillos: a los ingleses se les respetará el derecho a la vida pero se largan y se llevan la maquinaria pesada, y las minas activas y por activar quedan en manos de los mineros organizados. Estos acuerdos fueron pactados en corta discusión en presencia del mayor Panfill, de la Guardia Nacional.

Abandonado en el monte, un artefacto a vapor que perteneció a la Greenwich Resources
Se dice que William Padilla conserva el “documento” en que se firmó el compromiso pactado: una caja de pilas abierta por la mitad y usada como papel para darle aspecto legal al acto. José Lacourtt dice que ese documento en realidad no existe o no tiene valor: “El mayor Panfill dijo, cuando las dos partes estuvieron de acuerdo en la entrega: 'Para mí, lo que se acuerde aquí es válido'; es decir, que le estaba dando valor a la palabra empeñada”.

"De bolas que no tenía validez de documento legal, ¿qué pretendían? ¿Que el cartón estuviera en una notaría de Caracas, en medio de una rebelión de gente en la selva?", replica Néstor Perlaza, militante de movimientos sociales de Caracas que por esos días se instalaba en Tumeremo para hacer un registro de las luchas mineras. "Había que dejar constancia ante la Guardia Nacional de la devolución de las armas decomisadas a los gringos. Willian hizo eso para evitar una culebra mayor, ya que además de la toma, le iban a poner los cargos a los mineros de robo y posesión ilícita de Armas".

La gente de Nuevo Callao ha querido agregarle un cierre de leyenda al episodio: dicen que cuando uno de los “gringos” más despreciados era sacado del lugar custodiado por la Guardia, William Padilla cogió impulso y le metió un patadón tan fuerte en el trasero que después hubo que sacarle con esfuerzo la bota de obrero, atascada entre los glúteos.

Que se sepa, es la primera y única vez que un movimiento popular venezolano expulsa a una transnacional y dispone de sus instalaciones, sin más trámite que el enérgico acto fundacional de una toma.

En los meses siguientes hubo intentos de desalojo por parte de a GN y más de un líder fue a prisión acusado de invasor. Cuando le llegó el turno del carcelazo a William Padilla el pueblo de Tumeremo se alzó, se paralizó el comercio y por la emisora Radio Rumbos se hicieron llamados a los organismos internacionales de derechos humanos; desde aquella remota región, a la que el centro político y administrativo del país siempre le dio la espalda, llegaban noticias de una masacre, de brutalidad de los cuerpos represivos. Esa batalla también la ganó el pueblo organizado de Tumeremo ya que los líderes fueron liberados y el desalojo no procedió.

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A finales de mayo de 1995, días después de la toma-rebelión de Nuevo Callao, un vehículo avanza por la Troncal 10, la carretera que conduce a Upata con el eje Guasipati-El Callao-Tumeremo-Gran Sabana, ese territorio lleno de oro y de gente luchadora. En las alcabalas se ha redoblado la vigilancia y el celo con todo lo que se desplace por allí, debido al tremendo impacto que ha causado la expulsión de una corporación inglesa por parte de un grupo de mineros y revoltosos. En una de las alcabalas, uno de los guardias se detuvo durante más tiempo de lo normal a observar dentro del carro, a cada uno de los cuatro viajeros. Hasta que uno de los ocupantes dijo: “Este caballero que está aquí es el nuevo párroco de San Miguel, lo llevamos para que se encargue de la parroquia”. El efectivo le pidió la bendición al cura y éste lo bendijo con la señal de la cruz. Cuando el carro avanzó unos metros estallaron las carcajadas: el falso cura era un Hugo Chávez Frías que había ido hasta allá, camuflajeado y clandestino, para recibir directamente de sus muchachos el reporte de los acontecimientos. Era el hombre de la gran rebelión continental aprendiendo primero del pueblo cómo es que se hace una rebelión de verdad, y no cuentos o teorías acerca de rebeliones improbables.

Chávez no estuvo en Nuevo Callao pero se reunió con varios de los tomistas entre El Callao y Guasipati, relata Héctor Franco, uno de esos tomistas y fundadores.

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Próxima entrega: La fundación

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