José Roberto Duque
Que la dictadura de
las corporaciones ha convertido el periodismo en un apéndice o
herramienta para destruir procesos, gobiernos, personas y economías,
es ya historia conocida, digerida y vuelta a masticar. El "caso"
venezolano ha servido para que millones de personas en todo el mundo
tengan a la mano un ejemplo vivo y en tiempo real de cómo es que se
destruye la verdad a favor (o en contra) de un proceso político y a favor de unas
hegemonías. Otro "caso" dentro de nuestro caso,
llamado Arco Minero del Orinoco, viene a mostrar otras llagas o
aristas de esta singular guerra 2.0 contra la realidad.
Hay ataques masivos
y generalizados, dirigidos a toda la población capaz de leer y
analizar materiales informativos. Y hay ataques sectorizados,
selectivos, dirigidos a segmentos específicos. Utilizando la
terminología de la guerra en curso: hay ataques dirigidos a la parte
más vulnerable de un enemigo, a la más susceptible o sensible al
escándalo. El tema Arco Minero del Orinoco ha resultado ser un
experimento dirigido a cierto chavismo dentro del chavismo: el
segmento que, a causa de nuestra natural sensibilidad a los temas
ambientales y de organización social, parece predispuesto a creer
todo cuanto se diga en clave aparente de medio ambiente, pueblos
originarios y BACRIM (crimen organizado).
Hay un chavismo
capaz de creerle a la ultraderecha más depredadora cuanto ésta diga
en una presunta defensa de la Pachamama (y en pachamameros de
Facebook se han convertido unos cuantos), porque de un tiempo para
acá hay una "izquierda" dispuesta a convecernos de que una
auténtica actitud revolucionaria pasa por socavar al Gobierno de
Nicolás Maduro. Contra ese segmento en particular ha venido
operando, con efectos devastadores, uno de esos ataques sostenidos
que "informan" al chavista hipersensible que Nicolás
Maduro inventó el mercurio porque Chávez le ordenó destruir el río
Orinoco para sacar oro y diamantes. Y ese chavismo hipersensible se
lo cree.
Que una página,equipo o brigada al servicio de Estados Unidos haya invertido tiempo
y recursos en la construcción de una armazón propagandística con
remoto aspecto de reportaje, se entiende y es normal que así haya
ocurrido. Pero que, dentro de ese segmento chavista o ex-chavista que
anda promoviendo los mismos objetivos que el fascismo nacional y
local (el derrocamiento de Nicolás Maduro) se haya desatado una
campaña con el mismo registro falaz y embustero, ya da cuenta de al
menos un diagnóstico: el ataque contra el Arco Minero ha hecho
metástasis y ya no es uno sino dos los focos de infección
"informativa".
La página citada
arriba, creada y patrocinada por un portal financiado por la NED, es
una recopilación de todas las obviedades y lugares comunes,
verídicos o falsos, en contra de la minería. Es demasiado evidente en qué consistió la "investigación": el reportero fue a El Callao, conversó un par de horas con el antichavista que le pagó la estadía y las comidas para que le contara un montón de chismes y caliches (noticias antiguas y suficientemente conocidas), tomó unas fotos en las calles del pueblo, bajó otras de internet, y regresó a Caracas con tremendas primicias, de esas que todo el mundo oye y repite hace años en El Callao sin ir a verificar nada.
El otro "problema"
(más bien el objetivo) con esa cosa que viene a venderse en forma
de reportaje de investigación, es que le atribuye al Arco Minero los
crímenes que el Arco Minero ha venido a corregir. El repulsivo
discurso predominante de ese portal pretende hacerle creer a aquel
chavismo que flota en la Pachamama (desde Caracas y otras ciudades)
que el Arco Minero (creado a principios de este año) es el creador y
culpable de los crímenes que se están cometiendo en el sur del
estado Bolívar desde el siglo XIX. Y esos crímenes, en su conjunto,
le dan al Arco Minero (no a la minería: al Arco Minero, ese invento
del Gobierno para destruir la selva amazónica) una visión
catastrófica, apocalíptica.
Sin necesidad de
profundizar en su contenido, rebosante de datos obtenidos de
Wikipedia, cualquiera detecta el saborcito a falso y medio peliculero
de ciertos pasajes. Por ejemplo este extraño diálogo entre un
periodista y un miembro de una banda criminal. Fíjense en la forma
de hablar del personaje interpelado, un criminal cuyo escolta es
santero (es importante tener presente algunos datos simbólicos en la
construcción de este personaje sacado de alguna película mexicana,
es decir, de la mente del periodista-creador de ficciones):
-¿De dónde vienen
ustedes?, ¿con permiso de quién llegaron hasta aquí?
-Queremos ingresar a
la zona donde se instalaría la empresa Siembra Minera.
-¿Siembra Minera?,
¿qué es eso?
-Es una de las
empresas mixtas constituidas para la exploración y explotación de
oro en Las Brisas-Las Cristinas.
-No, no, no. Nada de
eso. Aquí no entra nadie sin que EL PRAN JUANCHO, EL ÚNICO QUE
MANDA EN TODA ESTA ZONA DE LAS CLARITAS, LO AUTORICE.
-El problema es que
se nos ha dicho que Juancho no está en el pueblo.
-Sí, así es.
Quizás esté jugando gallos. A veces se va por varios días a otros
pueblos a jugar gallos. Pero te repito: sin el permiso de Juancho
nadie puede pasar.
-¿Ni siquiera los
militares tienen acceso a las minas?
-Hermano, ¿tú no
has entendido? Aquí el chivo que más mea es Juancho. Todo el mundo
debe obedecerle y ELLO incluye a los militares. Y ya deja la
preguntadera. ¡Fuera de aquí!
Ese recurso
consistente en fabricarse diálogos, personajes y situaciones y
tratar de presentarlos como si fueran reales, sólo son verosímiles
cuando se da al menos una de las siguientes condiciones: 1) el
narrador sabe narrar, conoce los códigos y el lenguaje del personaje
creado; 2) su público es un lector que, como sabe menos que el
narrador, se cree cualquier cosa que le digan. De modo que debe haber
un gentío en Caracas, Mérida, Miami y Madrid diciendo a esta hora
algo como "¡Oh!, qué valiente periodista, y mira qué malo ese
sujeto chavista, como lo amenazó de muerte".
Me recuerda a un
escritor venezolano que se ganó la condición de asilado en Estados
Unidos hace unos años, gracias al siguiente relato. Hugo Chávez lo
mandó a matar y por eso él ya no puede vivir en Venezuela. La
comprobación de esa deducción es la circunstancia de un atentado
contra su vida en el estacionamiento del edificio donde habitaba. El
escritor llegó al estacionamiento y, cuando se bajaba del carro,
apareció un hombre con una boina roja, armado con un cuchillo, y lo
atacó (ahí estaba una herida en su antebrazo, prueba fehaciente de
que esto fue así). Pero el escritor es diestro en el combate cuerpo
a cuerpo, así que en el trance comenzó a ganarle la batalla al
agresor, quien antes de huir corriendo del lugar le gritó, bien duro
para que todos los vecinos lo escucharan (parece que ninguno lo
escuchó, pero eso no importa): "¡Este atentado contra tu vida
te lo he perpetrado porque mi comandante Hugo Chavez Frías me ordenó
matarte! ¡Muerte a los traidores! ¡Patria o muerte!". Es
probable que al agresor no se le haya caído la boina roja durante la
pelea. Era demasiado importante que la conservara puesta, ya que en
la franela seguramente no tenía estampada la figura del Che Guevara.
Otros experimentos,
un poco mejor documentados pero experimentos al fin, han venido a
sumarse a la campaña, algunos de ellos promovidos por ONGs de
derechos humanos y otros con aspecto de investigación académica. En
todos se reproduce el método, el modelo y el discurso: culpar al
Arco Minero (al Gobierno de Venezuela) de los crímenes y situaciones
que se gestaron y construyeron décadas e incluso siglos antes de la
creación del Arco Minero. Uno de ellos, desde el portal Aporrea, le
pone todo el sensacionalismo posible a un relato adornado con imágenes escalofriantes de lo que la minería a gran escala le ha
hecho a nuestras selvas y ríos. Una de las fotografías que ilustra
esta construcción trae un pequeño defecto: la persona que
identificó la fotografía colocó allí el dato fidedigno, la fecha
real de la toma: junio de 1990. Aun con ese dato visible, el autor (y
seguramente también sus lectores) persiste en incriminar al actual
Gobierno como responsable de esas destrucciones y ecocidios.
Otro trabajo,
dirigido al público internacional, y dento de éste a cierta
izquierda de café (con leche y bastante azúcar, por favor) se basa
en la entrevista a un idiota que denuncia haberse llevado unos
coñazos por irse a las minas a hacer una investigación. Unos
criminales ACOMPAÑADOS DE DOS SOLDADOS (por favor no pierdan esto de
vista) les cayeron a tiros. Producto de este ataque (a balazos) el
investigador salió de allí golpeado y herido "de pies a
cabeza".
Llama la atención
que el interpelado, a quien se presenta como el experto más
arriesgado de Venezuela en materia de minería, haya estafado al
periodista con una imprecisión que parecerá accesoria porque tal
vez sólo sea una exquisitez lingüística, pero revela muchas cosas
acerca del rigor de ciertas investigaciones. Escribe el reportero al
describir cierta forma de ejercer la minería: "Deforestando un
claro para colocar el campamento, usan motores que extraen agua de
los ríos para erosionar el suelo hasta abrir una bulla, es decir, un
hoyo de varios metros de profundidad y hasta decenas de anchura".
Nadie le explicó al muchacho que, en lenguaje minero, una "bulla"
no es eso. La bulla es el lugar y momento en que se descubre oro en
una mina y entonces comienza la explotación. Una bulla es un
acontecimiento económico-productivo y también social, incluso
festivo, el big bang de la explotación en un punto determinado. En
el reportaje, una bulla se reduce a un maldito hueco en la selva
(mandado a hacer por el Gobierno, ustedes saben).
De otros singulares
atentados por el estilo contra la verdad y contra lo que alguna vez
fue el periodismo de investigación están plagadas las redes y la
cabeza de los consumidores de este tipo de materiales. Hay uno que no
es episódico sino transversal, y que tal vez no sea cómodo ni
elegante reseñar si uno de verdad anhela el retorno del periodismo
de investigación, no contaminado por el afán de propaganda. Se
trata de la infame obsesión por el "tubazo", por el anhelo
de primicia, el hambre de decir una noticia primero que los demás, y
mientras más escandalosa mejor.
En las zonas donde
se practica la minería sí hay bandas organizadas, sí hay crimen,
sí hay organizaciones mimetizadas entre la población minera, en
muchos casos integradas al tejido social, y por eso es tan difícil
acabarlas a plomo, que es lo que nuestra mente devastada por tanta
historia épica quisiera ver consumado. El punto es este: si usted
revisa los materiales citados arriba, verá que casi todos claman
(desde Caracas) por la liquidación y el exterminio inmediato de
todos los pranes y grupos delictivos en las zonas mineras. De vez en
cuando el Gobierno, luego de las respectivas labores de inteligencia,
viene y efectúa acciones contra estas bandas armadas. Pero ya los
defensores del No-A-Nada-De-Lo-Que-Haga-El-Gobieno-De-Venezuela están
preparados: cada vez que en una acción radical caen muertos varios
criminales armados (con armas de guerra valga acotar) desde los
tronos de los dueños de la pulcritud comienza a hablarse de masacres
y crímenes de lesa humanidad cometidos por el chavismo.
No es fácil ni
abarcable en un solo vistazo el tema del Arco Minero del Orinoco, ni
como fenómeno económico, ni como plan gubernamental, ni como objeto
de investigación histórico-social. Hemos escrito en texto aparte
que, más que el derecho a ser defendido ciegamente y a priori, el
Arco Minero del Orinoco requiere con urgencia de otra acción
informativa: una que les explique a los ciudadanos de este país, y
luego a los de todas partes, qué cosa es el Arco Minero. Porque la
casi totalidad de los "expertos" que andan discurseando y
haciendo propaganda no saben o no quieren decirle al público la
verdad de lo que es en realidad el Arco Minero. Nuestro aporte
consistirá en al menos intentarlo.
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Publicado originalmente en: Misión Verdad
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