domingo, 17 de diciembre de 2017

Los límites del periodismo: caso Arco Minero del Orinoco



José Roberto Duque

Que la dictadura de las corporaciones ha convertido el periodismo en un apéndice o herramienta para destruir procesos, gobiernos, personas y economías, es ya historia conocida, digerida y vuelta a masticar. El "caso" venezolano ha servido para que millones de personas en todo el mundo tengan a la mano un ejemplo vivo y en tiempo real de cómo es que se destruye la verdad a favor (o en contra) de un proceso político y a favor de unas hegemonías. Otro "caso" dentro de nuestro caso, llamado Arco Minero del Orinoco, viene a mostrar otras llagas o aristas de esta singular guerra 2.0 contra la realidad.

Hay ataques masivos y generalizados, dirigidos a toda la población capaz de leer y analizar materiales informativos. Y hay ataques sectorizados, selectivos, dirigidos a segmentos específicos. Utilizando la terminología de la guerra en curso: hay ataques dirigidos a la parte más vulnerable de un enemigo, a la más susceptible o sensible al escándalo. El tema Arco Minero del Orinoco ha resultado ser un experimento dirigido a cierto chavismo dentro del chavismo: el segmento que, a causa de nuestra natural sensibilidad a los temas ambientales y de organización social, parece predispuesto a creer todo cuanto se diga en clave aparente de medio ambiente, pueblos originarios y BACRIM (crimen organizado).

Hay un chavismo capaz de creerle a la ultraderecha más depredadora cuanto ésta diga en una presunta defensa de la Pachamama (y en pachamameros de Facebook se han convertido unos cuantos), porque de un tiempo para acá hay una "izquierda" dispuesta a convecernos de que una auténtica actitud revolucionaria pasa por socavar al Gobierno de Nicolás Maduro. Contra ese segmento en particular ha venido operando, con efectos devastadores, uno de esos ataques sostenidos que "informan" al chavista hipersensible que Nicolás Maduro inventó el mercurio porque Chávez le ordenó destruir el río Orinoco para sacar oro y diamantes. Y ese chavismo hipersensible se lo cree.

Que una página,equipo o brigada al servicio de Estados Unidos haya invertido tiempo y recursos en la construcción de una armazón propagandística con remoto aspecto de reportaje, se entiende y es normal que así haya ocurrido. Pero que, dentro de ese segmento chavista o ex-chavista que anda promoviendo los mismos objetivos que el fascismo nacional y local (el derrocamiento de Nicolás Maduro) se haya desatado una campaña con el mismo registro falaz y embustero, ya da cuenta de al menos un diagnóstico: el ataque contra el Arco Minero ha hecho metástasis y ya no es uno sino dos los focos de infección "informativa".

La página citada arriba, creada y patrocinada por un portal financiado por la NED, es una recopilación de todas las obviedades y lugares comunes, verídicos o falsos, en contra de la minería. Es demasiado evidente en qué consistió la "investigación": el reportero fue a El Callao, conversó un par de horas con el antichavista que le pagó la estadía y las comidas para que le contara un montón de chismes y caliches (noticias antiguas y suficientemente conocidas), tomó unas fotos en las calles del pueblo, bajó otras de internet, y regresó a Caracas con tremendas primicias, de esas que todo el mundo oye y repite hace años en El Callao sin ir a verificar nada.

El otro "problema" (más bien el objetivo) con esa cosa que viene a venderse en forma de reportaje de investigación, es que le atribuye al Arco Minero los crímenes que el Arco Minero ha venido a corregir. El repulsivo discurso predominante de ese portal pretende hacerle creer a aquel chavismo que flota en la Pachamama (desde Caracas y otras ciudades) que el Arco Minero (creado a principios de este año) es el creador y culpable de los crímenes que se están cometiendo en el sur del estado Bolívar desde el siglo XIX. Y esos crímenes, en su conjunto, le dan al Arco Minero (no a la minería: al Arco Minero, ese invento del Gobierno para destruir la selva amazónica) una visión catastrófica, apocalíptica.

Sin necesidad de profundizar en su contenido, rebosante de datos obtenidos de Wikipedia, cualquiera detecta el saborcito a falso y medio peliculero de ciertos pasajes. Por ejemplo este extraño diálogo entre un periodista y un miembro de una banda criminal. Fíjense en la forma de hablar del personaje interpelado, un criminal cuyo escolta es santero (es importante tener presente algunos datos simbólicos en la construcción de este personaje sacado de alguna película mexicana, es decir, de la mente del periodista-creador de ficciones):

-¿De dónde vienen ustedes?, ¿con permiso de quién llegaron hasta aquí?
-Queremos ingresar a la zona donde se instalaría la empresa Siembra Minera.
-¿Siembra Minera?, ¿qué es eso?
-Es una de las empresas mixtas constituidas para la exploración y explotación de oro en Las Brisas-Las Cristinas.
-No, no, no. Nada de eso. Aquí no entra nadie sin que EL PRAN JUANCHO, EL ÚNICO QUE MANDA EN TODA ESTA ZONA DE LAS CLARITAS, LO AUTORICE.
-El problema es que se nos ha dicho que Juancho no está en el pueblo.
-Sí, así es. Quizás esté jugando gallos. A veces se va por varios días a otros pueblos a jugar gallos. Pero te repito: sin el permiso de Juancho nadie puede pasar.
-¿Ni siquiera los militares tienen acceso a las minas?
-Hermano, ¿tú no has entendido? Aquí el chivo que más mea es Juancho. Todo el mundo debe obedecerle y ELLO incluye a los militares. Y ya deja la preguntadera. ¡Fuera de aquí!

Ese recurso consistente en fabricarse diálogos, personajes y situaciones y tratar de presentarlos como si fueran reales, sólo son verosímiles cuando se da al menos una de las siguientes condiciones: 1) el narrador sabe narrar, conoce los códigos y el lenguaje del personaje creado; 2) su público es un lector que, como sabe menos que el narrador, se cree cualquier cosa que le digan. De modo que debe haber un gentío en Caracas, Mérida, Miami y Madrid diciendo a esta hora algo como "¡Oh!, qué valiente periodista, y mira qué malo ese sujeto chavista, como lo amenazó de muerte".

Me recuerda a un escritor venezolano que se ganó la condición de asilado en Estados Unidos hace unos años, gracias al siguiente relato. Hugo Chávez lo mandó a matar y por eso él ya no puede vivir en Venezuela. La comprobación de esa deducción es la circunstancia de un atentado contra su vida en el estacionamiento del edificio donde habitaba. El escritor llegó al estacionamiento y, cuando se bajaba del carro, apareció un hombre con una boina roja, armado con un cuchillo, y lo atacó (ahí estaba una herida en su antebrazo, prueba fehaciente de que esto fue así). Pero el escritor es diestro en el combate cuerpo a cuerpo, así que en el trance comenzó a ganarle la batalla al agresor, quien antes de huir corriendo del lugar le gritó, bien duro para que todos los vecinos lo escucharan (parece que ninguno lo escuchó, pero eso no importa): "¡Este atentado contra tu vida te lo he perpetrado porque mi comandante Hugo Chavez Frías me ordenó matarte! ¡Muerte a los traidores! ¡Patria o muerte!". Es probable que al agresor no se le haya caído la boina roja durante la pelea. Era demasiado importante que la conservara puesta, ya que en la franela seguramente no tenía estampada la figura del Che Guevara.

Otros experimentos, un poco mejor documentados pero experimentos al fin, han venido a sumarse a la campaña, algunos de ellos promovidos por ONGs de derechos humanos y otros con aspecto de investigación académica. En todos se reproduce el método, el modelo y el discurso: culpar al Arco Minero (al Gobierno de Venezuela) de los crímenes y situaciones que se gestaron y construyeron décadas e incluso siglos antes de la creación del Arco Minero. Uno de ellos, desde el portal Aporrea, le pone todo el sensacionalismo posible a un relato adornado con imágenes escalofriantes de lo que la minería a gran escala le ha hecho a nuestras selvas y ríos. Una de las fotografías que ilustra esta construcción trae un pequeño defecto: la persona que identificó la fotografía colocó allí el dato fidedigno, la fecha real de la toma: junio de 1990. Aun con ese dato visible, el autor (y seguramente también sus lectores) persiste en incriminar al actual Gobierno como responsable de esas destrucciones y ecocidios.

Otro trabajo, dirigido al público internacional, y dento de éste a cierta izquierda de café (con leche y bastante azúcar, por favor) se basa en la entrevista a un idiota que denuncia haberse llevado unos coñazos por irse a las minas a hacer una investigación. Unos criminales ACOMPAÑADOS DE DOS SOLDADOS (por favor no pierdan esto de vista) les cayeron a tiros. Producto de este ataque (a balazos) el investigador salió de allí golpeado y herido "de pies a cabeza".

Llama la atención que el interpelado, a quien se presenta como el experto más arriesgado de Venezuela en materia de minería, haya estafado al periodista con una imprecisión que parecerá accesoria porque tal vez sólo sea una exquisitez lingüística, pero revela muchas cosas acerca del rigor de ciertas investigaciones. Escribe el reportero al describir cierta forma de ejercer la minería: "Deforestando un claro para colocar el campamento, usan motores que extraen agua de los ríos para erosionar el suelo hasta abrir una bulla, es decir, un hoyo de varios metros de profundidad y hasta decenas de anchura". Nadie le explicó al muchacho que, en lenguaje minero, una "bulla" no es eso. La bulla es el lugar y momento en que se descubre oro en una mina y entonces comienza la explotación. Una bulla es un acontecimiento económico-productivo y también social, incluso festivo, el big bang de la explotación en un punto determinado. En el reportaje, una bulla se reduce a un maldito hueco en la selva (mandado a hacer por el Gobierno, ustedes saben).

De otros singulares atentados por el estilo contra la verdad y contra lo que alguna vez fue el periodismo de investigación están plagadas las redes y la cabeza de los consumidores de este tipo de materiales. Hay uno que no es episódico sino transversal, y que tal vez no sea cómodo ni elegante reseñar si uno de verdad anhela el retorno del periodismo de investigación, no contaminado por el afán de propaganda. Se trata de la infame obsesión por el "tubazo", por el anhelo de primicia, el hambre de decir una noticia primero que los demás, y mientras más escandalosa mejor.

En las zonas donde se practica la minería sí hay bandas organizadas, sí hay crimen, sí hay organizaciones mimetizadas entre la población minera, en muchos casos integradas al tejido social, y por eso es tan difícil acabarlas a plomo, que es lo que nuestra mente devastada por tanta historia épica quisiera ver consumado. El punto es este: si usted revisa los materiales citados arriba, verá que casi todos claman (desde Caracas) por la liquidación y el exterminio inmediato de todos los pranes y grupos delictivos en las zonas mineras. De vez en cuando el Gobierno, luego de las respectivas labores de inteligencia, viene y efectúa acciones contra estas bandas armadas. Pero ya los defensores del No-A-Nada-De-Lo-Que-Haga-El-Gobieno-De-Venezuela están preparados: cada vez que en una acción radical caen muertos varios criminales armados (con armas de guerra valga acotar) desde los tronos de los dueños de la pulcritud comienza a hablarse de masacres y crímenes de lesa humanidad cometidos por el chavismo.

No es fácil ni abarcable en un solo vistazo el tema del Arco Minero del Orinoco, ni como fenómeno económico, ni como plan gubernamental, ni como objeto de investigación histórico-social. Hemos escrito en texto aparte que, más que el derecho a ser defendido ciegamente y a priori, el Arco Minero del Orinoco requiere con urgencia de otra acción informativa: una que les explique a los ciudadanos de este país, y luego a los de todas partes, qué cosa es el Arco Minero. Porque la casi totalidad de los "expertos" que andan discurseando y haciendo propaganda no saben o no quieren decirle al público la verdad de lo que es en realidad el Arco Minero. Nuestro aporte consistirá en al menos intentarlo.

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Publicado originalmente en: Misión Verdad

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