viernes, 3 de noviembre de 2017

Tras la noticia y tras la historia. En defensa del derecho a saber qué demonios es el Arco Minero


Mineros en Planta Perú, El Callao

José Roberto Duque

¿Defensores de la patria conuquera y del conuco como estilo de vida, quebrando una lanza en favor del Arco Minero? Si uno se la pasara exhibiendo prendas de oro o ufanándose de un estilo de vida cosmopolita, derrochador, ostentoso, pequebú, no costaría mucho entender por qué un sujeto así defendiera lo que defiende. Pero aquí no estamos defendiendo un modo de vida sino el derecho a estar informados de un asunto por el que hay “alguien” allá afuera y aquí adentro trabajando en la tarea de dividirnos y ponernos a pelear. ¿A muchos chavistas les duele el tema del Arco Minero? Entonces bombardeemos al chavismo con información falsa o distorsionada sobre el Arco Minero, y sentémonos a ver cómo se despedazan entre ellos. Es una táctica vieja que todavía funciona, según es fácil verificar.

La minería es una actividad fea, espantosa, tal vez la actividad humana más ignominiosa que ha alcanzado su clímax a la sombra del capitalismo industrial. Uno sueña con otra humanidad, una en la que el concepto de riqueza no tenga como requisitos la acumulación, la explotación de seres humanos ni la destrucción del entorno natural. Pero el acto de soñar no debe hacernos perder nunca la conexión con lo que existe, con lo que hay. Y lo que hay es un momento de la historia en que lo que está muriendo debe financiar y servir de trampolín a lo que no ha nacido. Suena sucio, pero la historia de la humanidad no es limpia. La empresa aquella llamada Independencia la financió, al principio, el modo de producción esclavista; y después, el empuje de las burguesías europeas emergentes. Lo siento; tal vez usted creía que esa gesta gloriosa la financiaron los obreros comunistas. De verdad, lo lamento mucho.

Seguiremos soñando con una humanidad entregada masivamente a un modo de producción apegado a la producción de alimentos, vivienda, vestido y cultura con criterios ancestrales y artesanales, pero sabemos que moriremos individual y corporalmente sin ver ese sueño cristalizado; creemos que vendrán otras generaciones a consumarlo y en eso transcurrirán varios siglos. Pero lo que se llama esta generación, depende y seguirá viviendo y dependiendo de la minería, así nos duela, nos agrade o nos importe un pepino. Y al que le duela tanto como para renegar del ser venezolano (porque la industria petrolera es una asquerosa actividad minera) pues que se declare ciudadano del país irreal, esa Narnia socialista donde el combustible fósil, el hierro o el cemento (y ahora el coltán) no sean la marca visible de su “desarrollo”, de su “civilización”.

***

Probablemente uno de los ejercicios retóricos (tal vez no es sólo retórico sino de humildad y madurez) más difíciles de ver realizado en estos tiempos consiste en reconocer que una posición u opinión que hemos defendido con ardor estaba equivocada. Uno a veces se equivoca por terquedad, y otras veces por manejar poca información o porque nos dejamos malinformar o desinformar. En el segundo caso es ligeramente más fácil realizar el acto supremo de decir públicamente: “Compañeros, he estado equivocado. Pido disculpas; ahora procedo a rectificar, a corregir lo dicho, y a emitir una nueva opinión”. En el primer caso no hay mucho que hacer; hay gente a la que le da pena, rabia o pavor decir que no sabe, que ignora un tema, que no lo conoce lo suficientemente bien. Esa es la gente capaz de enfrascarse en discusiones eternas sobre asuntos de los que se enteró hace 5 minutos consultando la Wikipedia, pero habla de ellos como si fuera un experto y dominara el tema de toda la vida.

Con el Arco Minero del Orinoco ha habido un despliegue de ambos casos de contumacia (eso, busquen “contumacia” en el diccionario de google). Gente que soltó en un tuit una maldición contra el Arco Minero apenas leyó los primeros tres párrafos de su vida sobre el asunto, y que se cree en la obligación de mantener y defender esos 140 caracteres con la vida si es preciso, solamente porque leyó una cita de Einstein, Benedetti, el Che Guevara o Bob Marley que dice algo así: “La gente que vale la pena es la que tiene una sola palabra y es irreductible y la sostiene sin cambiarle ni una coma, hasta que el infierno se congele. Los demás son estúpidos y no pueden ser revolucionarios”. En consecuencia, tenemos las redes sociales y las conversaciones de bar saturadas de gente que lo sabe todo sobre el Arco y ya decidieron que están totalmente a favor o en contra. Pero cuando, a mitad de la discusión, uno les pregunta algo tan elemental como: ¿qué es el Arco Minero?, entonces se molestan con uno y le caen a gritos, con tal de no tener que responder lo que muy en el fondo ya descubrieron: “Epa, ¿sabes qué?, yo ni siquiera sé qué vaina es esa”.

Que haya toda una campaña nacional e internacional para criminalizar el decreto de Zona de Desarrollo Estratégico Nacional (apuesto las cenizas de mi padre y el morral escolar de mis hijos a que 98 por ciento de los lectores se acaba de enterar de que el decreto se llama así), porque con ello se criminaliza al gobierno de Nicolás Maduro y se ataca la posibilidad de garantizarle a Venezuela la entrada de recursos financieros, eso se entiende, era de esperarse, era lógico y hasta sano que ocurriera. Pero la novedad o la peculiaridad del momento es una de las facetas de la campaña, que está dirigida a un segmento del chavismo, muy susceptible y proclive a ser emocionalmente desestabilizado debido a la natural sensibilidad que genera el tema de la minería, sobre todo por sus asuntos conexos: ecosistema, pueblos indígenas, soberanía.

Por ejemplo, los recientes discursos de Valentina Quintero y Luisa Ortega Díaz al respecto están llenos de ridiculeces, imprecisiones y mentiras descaradas, pero como ya cierto chavismo decidió que el Arco Minero es un instrumento creado para ejecutar la depredación de ríos y personas, entonces cuanto diga esta clase de portavoces de la catástrofe encontrará eco en gente nuestra, gente chavista y revolucionaria, que por esas cosas de la imagen y el qué dirán ya será muy difícil que rectifiquen o tan siquiera se asomen a verificar si lo que les han dicho es verdad. El Arco Minero del Orinoco ha pasado a ser, entonces, el flanco débil de una cadena (nuestra necesaria pero maltrecha unidad) que las hegemonías y las mafias han decidido reventar ayudadas por la hipersensibilidad de unos, la mala intención de otros y la ignorancia de la mayoría.

Así, la visión que mucha gente (nuestra y de la otra) tiene del Arco Minero del Orinoco es más o menos la siguiente. Agárrense duro y anoten:

El Arco Minero es un territorio lleno de selvas vírgenes y pueblos indígenas que viven en armonía con la Pachamama. El Gobierno le ha vendido ese territorio a unas transnacionales para que extraigan y se lleven de ahí todas sus riquezas (oro, diamantes, coltán, etcétera). Para sacar de ahí esas riquezas será preciso arrasar con 111.800 km2 de vegetación y cursos de agua a punta de chorros de mercurio (el Orinoco desaparecerá y en su lugar quedará un inmenso charco rojo. Ah porque el mercurio es rojo, al igual que el merthiolate) y esclavizar, asesinar o segregar a varios pueblos indígenas. Allí donde había paz, sana convivencia y buen vivir, ahora por culpa del Arco Minero hay pranes y mafias, drogas y prostitución, contaminación con mercurio, delincuencia, drogas, devastación de áreas naturales, prostitución, transnacionales asesinas y corrupción. Y prostitución. Y drogas.

En síntesis, la propaganda ha querido atribuirle al Arco Minero lo que el Arco Minero tiene la misión de venir a resolver. Yo puedo en este simple artículo (es más, lo haré en el siguiente párrafo) desmentir todo eso e informar una verdad que se nos ha querido ocultar y deformar sistemáticamente, y es esta:

Hay unos territorios al norte del estado Bolívar donde ha habido desde hace 200 años pranes y mafias, drogas y prostitución, contaminación con mercurio, delincuencia, drogas, devastación de áreas naturales, prostitución, transnacionales asesinas y corrupción. Y prostitución. Y drogas. Y contaminación con mercurio. Por esa razón, el Estado ha decretado un plan, aplicable en un área al norte del estado Bolívar, denominada Zona de Desarrollo Estratégico Nacional Arco Minero del Orinoco. ¿Por qué? Porque el Estado venezolano tenía una deuda histórica con la gente de esa región y de toda Venezuela, consistente en tomar el control soberano de ese territorio y sus recursos, y eso no lo pueden hacer por sí solos ni por separado la gobernación de Bolívar, ni el Ejército, ni la empresa privada, ni un ministerio. El Arco Minero contempla entre sus principios rectores el respeto a los pueblos indígenas, la protección de zonas donde no es necesario ni adecuado desarrollar la minería, la implementación de técnicas y métodos menos tóxicos y destructivos que el tradicional uso del mercurio (que no es rojo sino plateado) y la dignificación y reimpulso de la pequeña minería, que no es lo mismo que la explotación minera industrial a gran escala. Es mentira que van a ser devastados 111 800 kilómetros cuadrados de selva: apenas 1,5 por ciento de ese territorio tendrá afectación directa, y eso es suficiente para extraer los recursos del subsuelo. El Arco Minero se decretó hace ocho meses (24 de febrero); no pretendamos que en ocho meses se resuelvan todas las taras maceradas y galvanizadas en 200 años de irresponsabilidad.

Pero ese simple párrafo no es suficiente para que alguna gente deje de creer o de repetir lo que la propaganda de guerra le ha ordenado creer, o repetir así no lo crea. Usted puede decir lo que sea en el tono que sea y con las verdades que quiera, pero si su interlocutor está dispuesto a decir siempre y automáticamente “Eso es mentira” entonces usted se jodió; usted ha perdido tiempo, saliva, energía y tal vez la amistad de ese interlocutor. La maquinaria propagandística del fascismo ha hecho esfuerzos por convencer a la gente desinformada o con poca información; a la gente sensible o con exceso de sensibilidad, de que Nicolás Maduro decidió perpetrar la explotación minera en unas zonas donde nadie había usado nunca un pico ni una pala.

El territorio incluido en el plan llamado popularmente Arco Minero (vaya anotando: el Arco Minero no es un territorio, es un plan) es una zona depredada, devastada, donde varias transnacionales destruyeron hectáreas de selva, vidas humanas y culturas, mediante técnicas y procedimientos criminales, y el Arco Minero tiene la misión de ir acabando con esas taras. Hay crimen en las zonas mineras, claro que sí; hay prostitución, hay drogas. Nada que usted no vea en cualquier zona de Caracas, Valencia o Mérida, por nombrar sólo a las ciudades desde donde se ataca con más furia al Arco Minero (sin saber, en la mayoría de los casos, qué es el Arco Minero). Si alguien en Valencia se indigna por la depredación de la naturaleza, las drogas y la prostitución en Bolívar, pregúntele si la fundación de Valencia no pasó por el exterminio de gente y especies naturales, y si no existen drogadictos y prostitutas en sus calles.

El gran aliado del Estado en la faena de construir una minería con criterios de respeto al entorno y de aprovechamiento soberano de los recursos es el minero artesanal, el pequeño minero, que por cierto ya le entregó al Estado más de cinco toneladas de oro en seis meses. Cinco toneladas que, de no ser por el decreto del Arco Minero, a esta hora tal vez estarían en Colombia, Guyana, Brasil, Estados Unidos, alguna isla del Caribe o cualquier país europeo. Los pequeños mineros han protagonizado rebeliones mediante las que han expropiado minas a empresas y mafias transnacionales y las han entregado a las autoridades para que fueran expulsadas del país. Hubo una en particular (la rebelión o toma de Nuevo Callao) en la que una horda minera enfurecida por el asesinato de un trabajador tomó las instalaciones de una mina en poder de la Greenwich Resources, retuvo a sus dueños, los obligó a firmar en un vil cartón un acta de entrega y chao, la mina pasó a funcionar al 100 % con control obrero. Esto ocurrió en 1995, cuando Chávez no había puesto de moda el concepto de expropiación, así que nadie va a venir, con un librito en las manos, a darles clases a los mineros del estado Bolívar sobre cómo se come eso del control de los medios de producción.

La tarea del Estado y de los trabajadores en el ámbito del Arco Minero es gigantesca, de proporciones colosales. Hemos recordado por allá arriba que las taras presentes en los espacios donde hay actividad minera tienen 200 años de maceración. Es decir, pueblos y comunidades que crecieron y se construyeron una idiosincracia y una personalidad a partir del trabajo minero, y esto incluye a comunidades indígenas que practican la minería. Desmontar esas estructuras a mandarriazos, en unos pocos meses, sólo es posible perpetrando un genocidio. Pero queda gente que cree que todo puede resolverse a machetazos, incluyendo la construcción del socialismo y la implantación obligatoria de la permacultura. Gente que piensa así: ¿Hay un millón de personas viviendo directa o indirectamente de la actividad minera? Ah bueno, usted lo que tiene que hacer es prohibir la minería, meter presos o matar a los que insistan en practicarla, y obligar a las miles de personas que viven en comunidades mineras a mudarse para otro lado, o a convertirse en artesanos, agricultores, periodistas, bailarines, peluqueros, abogados y obreros textiles. Y ya: se acabó la minería y nació el socialismo. La irresponsabilidad es más audaz que la ignorancia.

Estaremos un buen rato en algunas zonas mineras del estado Bolívar. Ya realizamos un primer recorrido exploratorio; viene ahora la profundización en esos espacios y procesos. El compromiso ético será investigar lo que sea digno de ser investigado para informar al resto del país, o al fragmento del país que quiera ser informado más allá de sus prejuicios, de cómo vive la gente en esas zonas, cómo son sus luchas y sus sueños.

Hay un límite para el derecho a informar e informarse y ese límite es el resguardo de la vida humana. Como me queda muy poco de aquel impulso de ser un periodista hambriento de dar primicias y “tubazos”, jódase quien se joda y muérase quien se muera, seré cuidadoso con las informaciones o rumores que lesionen a gente que no merezca ser lesionada. Hay otro límite y tiene que ver con la seguridad del Estado; usted se entera de algo y va y lo cuenta antes de que ocurra, pues se acabó ese “algo”. Eso en idioma cacri significa que tal vez no publique todo lo que sepa, me aguantaré las ganas de decirlo todo antes que todo el mundo, pero siempre diré la verdad. Mastiquen eso e interprétenlo como quieran, pero nadie va a morir a tiros por mi causa, por el uso irresponsable de las herramientas de la comunicación o por las ganas (que he logrado aplacar con los años) de ganar raiting a punta del dolor y la tragedia de los demás.

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