![]() |
Mineros en Planta Perú, El Callao |
José Roberto Duque
¿Defensores de la patria conuquera y del conuco como estilo de vida, quebrando una lanza en favor del Arco Minero? Si uno se la pasara exhibiendo prendas de oro o ufanándose de un estilo de vida cosmopolita, derrochador, ostentoso, pequebú, no costaría mucho entender por qué un sujeto así defendiera lo que defiende. Pero aquí no estamos defendiendo un modo de vida sino el derecho a estar informados de un asunto por el que hay “alguien” allá afuera y aquí adentro trabajando en la tarea de dividirnos y ponernos a pelear. ¿A muchos chavistas les duele el tema del Arco Minero? Entonces bombardeemos al chavismo con información falsa o distorsionada sobre el Arco Minero, y sentémonos a ver cómo se despedazan entre ellos. Es una táctica vieja que todavía funciona, según es fácil verificar.
¿Defensores de la patria conuquera y del conuco como estilo de vida, quebrando una lanza en favor del Arco Minero? Si uno se la pasara exhibiendo prendas de oro o ufanándose de un estilo de vida cosmopolita, derrochador, ostentoso, pequebú, no costaría mucho entender por qué un sujeto así defendiera lo que defiende. Pero aquí no estamos defendiendo un modo de vida sino el derecho a estar informados de un asunto por el que hay “alguien” allá afuera y aquí adentro trabajando en la tarea de dividirnos y ponernos a pelear. ¿A muchos chavistas les duele el tema del Arco Minero? Entonces bombardeemos al chavismo con información falsa o distorsionada sobre el Arco Minero, y sentémonos a ver cómo se despedazan entre ellos. Es una táctica vieja que todavía funciona, según es fácil verificar.
La minería es una
actividad fea, espantosa, tal vez la actividad humana más
ignominiosa que ha alcanzado su clímax a la sombra del capitalismo
industrial. Uno sueña con otra humanidad, una en la que el concepto
de riqueza no tenga como requisitos la acumulación, la explotación
de seres humanos ni la destrucción del entorno natural. Pero el acto
de soñar no debe hacernos perder nunca la conexión con lo que
existe, con lo que hay. Y lo que hay es un momento de la historia en
que lo que está muriendo debe financiar y servir de trampolín a lo
que no ha nacido. Suena sucio, pero la historia de la humanidad no es
limpia. La empresa aquella llamada Independencia la financió, al
principio, el modo de producción esclavista; y después, el empuje
de las burguesías europeas emergentes. Lo siento; tal vez usted
creía que esa gesta gloriosa la financiaron los obreros comunistas.
De verdad, lo lamento mucho.
Seguiremos soñando
con una humanidad entregada masivamente a un modo de producción
apegado a la producción de alimentos, vivienda, vestido y cultura
con criterios ancestrales y artesanales, pero sabemos que moriremos
individual y corporalmente sin ver ese sueño cristalizado; creemos
que vendrán otras generaciones a consumarlo y en eso transcurrirán
varios siglos. Pero lo que se llama esta generación, depende
y seguirá viviendo y dependiendo de la minería, así nos duela, nos
agrade o nos importe un pepino. Y al que le duela tanto como para
renegar del ser venezolano (porque la industria petrolera es una
asquerosa actividad minera) pues que se declare ciudadano del país
irreal, esa Narnia socialista donde el combustible fósil, el hierro
o el cemento (y ahora el coltán) no sean la marca visible de su
“desarrollo”, de su “civilización”.
***
Probablemente uno de
los ejercicios retóricos (tal vez no es sólo retórico sino de
humildad y madurez) más difíciles de ver realizado en estos tiempos
consiste en reconocer que una posición u opinión que hemos
defendido con ardor estaba equivocada. Uno a veces se equivoca por
terquedad, y otras veces por manejar poca información o porque nos
dejamos malinformar o desinformar. En el segundo caso es ligeramente
más fácil realizar el acto supremo de decir públicamente:
“Compañeros, he estado equivocado. Pido disculpas; ahora procedo a
rectificar, a corregir lo dicho, y a emitir una nueva opinión”. En
el primer caso no hay mucho que hacer; hay gente a la que le da pena,
rabia o pavor decir que no sabe, que ignora un tema, que no lo conoce
lo suficientemente bien. Esa es la gente capaz de enfrascarse en
discusiones eternas sobre asuntos de los que se enteró hace 5
minutos consultando la Wikipedia, pero habla de ellos como si fuera
un experto y dominara el tema de toda la vida.
Con el Arco Minero
del Orinoco ha habido un despliegue de ambos casos de contumacia
(eso, busquen “contumacia” en el diccionario de google). Gente
que soltó en un tuit una maldición contra el Arco Minero apenas
leyó los primeros tres párrafos de su vida sobre el asunto, y que
se cree en la obligación de mantener y defender esos 140 caracteres
con la vida si es preciso, solamente porque leyó una cita de
Einstein, Benedetti, el Che Guevara o Bob Marley que dice algo así:
“La gente que vale la pena es la que tiene una sola palabra y es
irreductible y la sostiene sin cambiarle ni una coma, hasta que el
infierno se congele. Los demás son estúpidos y no pueden ser
revolucionarios”. En consecuencia, tenemos las redes sociales y las
conversaciones de bar saturadas de gente que lo sabe todo sobre el
Arco y ya decidieron que están totalmente a favor o en contra. Pero
cuando, a mitad de la discusión, uno les pregunta algo tan elemental
como: ¿qué es el Arco Minero?, entonces se molestan con uno y le
caen a gritos, con tal de no tener que responder lo que muy en el
fondo ya descubrieron: “Epa, ¿sabes qué?, yo ni siquiera sé qué
vaina es esa”.
Que haya toda una
campaña nacional e internacional para criminalizar el decreto de
Zona de Desarrollo Estratégico Nacional (apuesto las cenizas de mi
padre y el morral escolar de mis hijos a que 98 por ciento de los
lectores se acaba de enterar de que el decreto se llama así), porque
con ello se criminaliza al gobierno de Nicolás Maduro y se ataca la
posibilidad de garantizarle a Venezuela la entrada de recursos
financieros, eso se entiende, era de esperarse, era lógico y hasta
sano que ocurriera. Pero la novedad o la peculiaridad del momento es
una de las facetas de la campaña, que está dirigida a un segmento
del chavismo, muy susceptible y proclive a ser emocionalmente
desestabilizado debido a la natural sensibilidad que genera el tema
de la minería, sobre todo por sus asuntos conexos: ecosistema,
pueblos indígenas, soberanía.
Por ejemplo, los
recientes discursos de Valentina Quintero y Luisa Ortega Díaz al
respecto están llenos de ridiculeces, imprecisiones y mentiras
descaradas, pero como ya cierto chavismo decidió que el Arco Minero
es un instrumento creado para ejecutar la depredación de ríos y
personas, entonces cuanto diga esta clase de portavoces de la
catástrofe encontrará eco en gente nuestra, gente chavista y
revolucionaria, que por esas cosas de la imagen y el qué dirán
ya será muy difícil que rectifiquen o tan siquiera se asomen a
verificar si lo que les han dicho es verdad. El Arco Minero del
Orinoco ha pasado a ser, entonces, el flanco débil de una cadena
(nuestra necesaria pero maltrecha unidad) que las hegemonías y las
mafias han decidido reventar ayudadas por la hipersensibilidad de
unos, la mala intención de otros y la ignorancia de la mayoría.
Así, la visión que
mucha gente (nuestra y de la otra) tiene del Arco Minero del Orinoco
es más o menos la siguiente. Agárrense duro y anoten:
El Arco Minero es
un territorio lleno de selvas vírgenes y pueblos indígenas que
viven en armonía con la Pachamama. El Gobierno le ha vendido ese
territorio a unas transnacionales para que extraigan y se lleven de
ahí todas sus riquezas (oro, diamantes, coltán, etcétera). Para
sacar de ahí esas riquezas será preciso arrasar con 111.800 km2
de vegetación y cursos de agua a punta de chorros de mercurio
(el Orinoco desaparecerá y en su lugar quedará un inmenso charco
rojo. Ah porque el mercurio es rojo, al igual que el merthiolate) y
esclavizar, asesinar o segregar a varios pueblos indígenas. Allí
donde había paz, sana convivencia y buen vivir, ahora por culpa
del Arco Minero hay pranes y mafias, drogas y prostitución,
contaminación con mercurio, delincuencia, drogas, devastación de
áreas naturales, prostitución, transnacionales asesinas y
corrupción. Y prostitución. Y drogas.
En síntesis, la
propaganda ha querido atribuirle al Arco Minero lo que el Arco Minero
tiene la misión de venir a resolver. Yo puedo en este simple
artículo (es más, lo haré en el siguiente párrafo) desmentir todo
eso e informar una verdad que se nos ha querido ocultar y deformar
sistemáticamente, y es esta:
Hay unos
territorios al norte del estado Bolívar donde ha habido desde
hace 200 años pranes y mafias, drogas y prostitución,
contaminación con mercurio, delincuencia, drogas, devastación de
áreas naturales, prostitución, transnacionales asesinas y
corrupción. Y prostitución. Y drogas. Y contaminación con
mercurio. Por esa razón, el Estado ha decretado un plan,
aplicable en un área al norte del estado Bolívar, denominada Zona
de Desarrollo Estratégico Nacional Arco Minero del Orinoco. ¿Por
qué? Porque el Estado venezolano tenía una deuda histórica con la
gente de esa región y de toda Venezuela, consistente en tomar el
control soberano de ese territorio y sus recursos, y eso no lo pueden
hacer por sí solos ni por separado la gobernación de Bolívar, ni
el Ejército, ni la empresa privada, ni un ministerio. El Arco Minero
contempla entre sus principios rectores el respeto a los pueblos
indígenas, la protección de zonas donde no es necesario ni adecuado
desarrollar la minería, la implementación de técnicas y métodos
menos tóxicos y destructivos que el tradicional uso del mercurio
(que no es rojo sino plateado) y la dignificación y reimpulso de la
pequeña minería, que no es lo mismo que la explotación minera
industrial a gran escala. Es mentira que van a ser devastados 111 800
kilómetros cuadrados de selva: apenas 1,5 por ciento de ese
territorio tendrá afectación directa, y eso es suficiente para
extraer los recursos del subsuelo. El Arco Minero se decretó hace
ocho meses (24 de febrero); no pretendamos que en ocho meses se
resuelvan todas las taras maceradas y galvanizadas en 200 años de
irresponsabilidad.
Pero ese simple
párrafo no es suficiente para que alguna gente deje de creer o de
repetir lo que la propaganda de guerra le ha ordenado creer, o
repetir así no lo crea. Usted puede decir lo que sea en el tono que
sea y con las verdades que quiera, pero si su interlocutor está
dispuesto a decir siempre y automáticamente “Eso es mentira”
entonces usted se jodió; usted ha perdido tiempo, saliva, energía y
tal vez la amistad de ese interlocutor. La maquinaria propagandística
del fascismo ha hecho esfuerzos por convencer a la gente desinformada
o con poca información; a la gente sensible o con exceso de
sensibilidad, de que Nicolás Maduro decidió perpetrar la
explotación minera en unas zonas donde nadie había usado nunca un
pico ni una pala.
El territorio
incluido en el plan llamado popularmente Arco Minero (vaya
anotando: el Arco Minero no es un territorio, es un plan) es
una zona depredada, devastada, donde varias transnacionales
destruyeron hectáreas de selva, vidas humanas y culturas, mediante
técnicas y procedimientos criminales, y el Arco Minero tiene la
misión de ir acabando con esas taras. Hay crimen en las zonas
mineras, claro que sí; hay prostitución, hay drogas. Nada que usted
no vea en cualquier zona de Caracas, Valencia o Mérida, por nombrar
sólo a las ciudades desde donde se ataca con más furia al Arco
Minero (sin saber, en la mayoría de los casos, qué es el Arco
Minero). Si alguien en Valencia se indigna por la depredación de la
naturaleza, las drogas y la prostitución en Bolívar, pregúntele si
la fundación de Valencia no pasó por el exterminio de gente y
especies naturales, y si no existen drogadictos y prostitutas en sus
calles.
El gran aliado del
Estado en la faena de construir una minería con criterios de respeto
al entorno y de aprovechamiento soberano de los recursos es el minero
artesanal, el pequeño minero, que por cierto ya le entregó al
Estado más de cinco toneladas de oro en seis meses. Cinco
toneladas que, de no ser por el decreto del Arco Minero, a esta hora
tal vez estarían en Colombia, Guyana, Brasil, Estados Unidos, alguna
isla del Caribe o cualquier país europeo. Los pequeños mineros han
protagonizado rebeliones mediante las que han expropiado minas a
empresas y mafias transnacionales y las han entregado a las
autoridades para que fueran expulsadas del país. Hubo una en
particular (la rebelión o toma de Nuevo Callao) en la que una horda
minera enfurecida por el asesinato de un trabajador tomó las
instalaciones de una mina en poder de la Greenwich Resources, retuvo
a sus dueños, los obligó a firmar en un vil cartón un acta de
entrega y chao, la mina pasó a funcionar al 100 % con control
obrero. Esto ocurrió en 1995, cuando Chávez no había puesto de
moda el concepto de expropiación, así que nadie va a venir, con un
librito en las manos, a darles clases a los mineros del estado
Bolívar sobre cómo se come eso del control de los medios de
producción.
La tarea del Estado
y de los trabajadores en el ámbito del Arco Minero es gigantesca, de
proporciones colosales. Hemos recordado por allá arriba que las
taras presentes en los espacios donde hay actividad minera tienen 200
años de maceración. Es decir, pueblos y comunidades que crecieron y
se construyeron una idiosincracia y una personalidad a partir del
trabajo minero, y esto incluye a comunidades indígenas que practican
la minería. Desmontar esas estructuras a mandarriazos, en unos pocos
meses, sólo es posible perpetrando un genocidio. Pero queda gente
que cree que todo puede resolverse a machetazos, incluyendo la
construcción del socialismo y la implantación obligatoria de la
permacultura. Gente que piensa así: ¿Hay un millón de personas
viviendo directa o indirectamente de la actividad minera? Ah bueno,
usted lo que tiene que hacer es prohibir la minería, meter presos o
matar a los que insistan en practicarla, y obligar a las miles de
personas que viven en comunidades mineras a mudarse para otro lado, o
a convertirse en artesanos, agricultores, periodistas, bailarines,
peluqueros, abogados y obreros textiles. Y ya: se acabó la minería
y nació el socialismo. La irresponsabilidad es más audaz que la
ignorancia.
Estaremos un buen
rato en algunas zonas mineras del estado Bolívar. Ya realizamos un
primer recorrido exploratorio; viene ahora la profundización en esos
espacios y procesos. El compromiso ético será investigar lo que sea
digno de ser investigado para informar al resto del país, o al
fragmento del país que quiera ser informado más allá de sus
prejuicios, de cómo vive la gente en esas zonas, cómo son sus
luchas y sus sueños.
Hay un límite para
el derecho a informar e informarse y ese límite es el resguardo de
la vida humana. Como me queda muy poco de aquel impulso de ser un
periodista hambriento de dar primicias y “tubazos”, jódase quien
se joda y muérase quien se muera, seré cuidadoso con las
informaciones o rumores que lesionen a gente que no merezca ser
lesionada. Hay otro límite y tiene que ver con la seguridad del
Estado; usted se entera de algo y va y lo cuenta antes de que ocurra,
pues se acabó ese “algo”. Eso en idioma cacri significa que tal
vez no publique todo lo que sepa, me aguantaré las ganas de decirlo
todo antes que todo el mundo, pero siempre diré la verdad. Mastiquen
eso e interprétenlo como quieran, pero nadie va a morir a tiros por
mi causa, por el uso irresponsable de las herramientas de la
comunicación o por las ganas (que he logrado aplacar con los años)
de ganar raiting a punta del dolor y la tragedia de los demás.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario