- Varios brotes simultáneos de paludismo están afectando a las zonas mineras del sur del estado Bolívar. La propagación de la enfermedad (que no alcanza la categoría de epidemia, como lo quieren difundir los propagandistas del desastre) se ha teñido de ribetes dramáticos debido a la intervención de factores políticos y criminales, continuación de una insólita guerra contra el pueblo
Pacientes a la espera de tratamiento contra el paludismo en El Callao |
En varias zonas
mineras del estado Bolívar se han registrado brotes de paludismo y
el Gobierno nacional (El Ministerio del Poder Popular para la Salud,
la empresa Minervén, sus trabajadores y miembros del plan Chamba
Juvenil) ha implementado una estrategia de atención y prevención
para combatirlo. Pero siempre hay obstáculos por superar, y en este
caso no se trata sólo de la enfermedad y sus factores alternos
(condiciones físicas del entorno social, disciplina con las
exigencias y condiciones del tratamiento).
Ahora los médicos y
el personal que colabora en las jornadas de atención a los enfermos,
y los propios enfermos, se han visto rebasados en su acción e
intenciones por la intervención de elementos políticos y la acción
de los traficantes de medicamentos. Concretamente, se ha detectado la
extracción y re-venta de las pastillas que integran el tratamiento
contra el paludismo. Paralelamente a este ataque se produce desde los
laboratorios mediáticos el bombardeo que lo complementa: la campaña
que acusa al Gobierno de “no estar haciendo nada” y de negarle al
pueblo el derecho a las medicinas.
Enfermos y sus familiares |
Medicinas gratis que
cuestan una “grama”
El tratamiento
consiste en el suministro y aplicación de tres medicamentos contra
los tres tipos de paludismo detectados en la región: falsífaro,
vivax y mixto. La Revolución ha decidido que estas tabletas sean
suministradas a los enfermos de manera gratuita. Los tres productos
son manufacturados en La India: cloroquina, primaquina y arteméter.
Estos medicamentos no tienen valor comercial en Venezuela. Cuando
estos productos escasean, el Gobierno nacional los gestiona en la
república de Brasil o en otros países donde esté disponible para
entregárselo directamente a las personas afectadas. Pero en las
calles de El Callao, donde los traficantes bachaquean prácticamente
de todo a precios exorbitantes, como en varias ciudades de Venezuela,
hay sujetos ofreciendo el combo de pastillas a un precio que sólo
los habitantes de las zonas mineras o quienes han estado aquí
comprenden en toda su dimensión: una “grama” (un gramo de oro).
Una “grama” de
oro minero (oro crudo, sin “trabajar” ni pasar por las manos de
algún orfebre) cuesta, en las casas de compra que se las pagan en
bolívares a los trabajadores de las minas, entre 740 y 800 bolívares
según el cálculo hecho en los primeros días de noviembre. La grama
se ha convertido en objeto con valor de cambio, pero un valor muy
variable y a veces incomprensible: una grama cuesta una sesión con
una trabajadora sexual desde la noche hasta el amanecer, la
empacadura para el motor de ciertos vehículos rústicos y un bulto
de 24 kilos de arroz. Hay carros usados que se negocian en 40 gramas,
y hay gente espléndida o agradecida que te regala una grama para que
la vendas o te la lleves de recuerdo. En ese mercado más o menos
difuso y un poco esotérico, el tratamiento para el paludismo ha
pasado a costar también una grama.
Cómo “se escapan”
las pastillas
Según las
estadísticas que maneja el equipo activo en las jornadas, los
sectores de donde proviene la mayor parte de las personas enfermas
son Nacupay, La Ramona, Cuatro Esquinas y Yin Yan, comunidades de los
alrededores de El Callao donde hay intensa actividad minera. La
doctora Nilda Aguiar, coordinadora en el área de Epidemiología,
informó que la data con las cifras definitivas de ciudadanos
atendidos se encuentran en la fase de procesamiento. Es un
procedimiento complejo, toda vez que las jornadas se prolongarán
varios días más y cada día se suman nuevos contagiados. Hasta el
viernes 10, el promedio de nuevos atendidos y de personas que asisten
a la continuación del tratamiento supera los cien pacientes por día.
A la entrada de la sede del sindicato de trabajadores de Minerven, donde se realizan las jornadas |
El viernes 10 hubo
un récord de personas atendidas: 360 entre nuevos pacientes y los
que regresan a continuar su tratamiento. La cifra aumenta con los
días por lo dicho arriba: un día van nuevos infectados, y esa
persona debe regresar luego a tomarse la pastilla en el lugar de las
jornadas, específicamente en la sede del sindicato de Minerven.
Varias personas protestaban el viernes 10 a las puertas del local,
exigiendo que se les entregara el tratamiento completo a los
pacientes y sus familiares, que a veces tienen que venir de
comunidades lejanas para recibir su dosis. Aguiar explica por qué no
se cumple con esta exigencia: “Hay personas que se hacen pasar por
pacientes y se llevan las medicinas, no para suministrárselas a los
enfermos sino para revenderlas”. El equipo médico ha procedido
entonces a llevar un registro de quienes sí están cumpliendo con el
tratamiento. “Hemos atendido a personas que dicen tener los
síntomas, reciben la primera dosis y después no vuelven más”.
De toda Venezuela
El viernes 10, una
conversación informal con mineros habitantes de El Callao arrojó
luces sobre un detalle demográfico del brote. “La mayoría de esa
gente que estaban atendiendo en el operativo no es de aquí”,
comentaba Marcos Mezones, trabajador de Minerven. “Estuve ahí
apoyando y no vi más de cuatro caras conocidas, de las más de 300
que estaban esperando el remedio”. El sábado 11, las cifras
parciales que manejan los médicos del Ministerio de Salud
corroboraron esa observación simple: la mayoría de las personas
atendidas con síntomas de contagio no son habitantes de El Callao ni
del estado Bolívar.
Darwin Lizardi,
minero y activista comunitario, completó el análisis del componente
social circundante: “La población nativa de El Callao es de 25 mil
personas o un poco más, pero la población flotante hace que esa
cifra suba a casi 80 mil. Son personas que vienen de todas partes de
Venezuela a sumarse a la explotación de oro, trabajadores que no
tienen residencia aquí ni pueden pagar un hotel y entonces conforman
comunidades que viven en carpas improvisadas con latas y plásticos”.
En esas precarias comunidades predomina la insalubridad y de allí
proviene la mayoría de los infectados.
Para los próximos
días se anuncia la activación de la parte preventiva de esta
política, que no es sólo en el área médica: fumigación de zonas
con alta incidencia e inicio de charlas informativas y promoción de
las acciones en el terreno: poda de maleza en las zonas habitadas,
eliminación de cauchos y recipientes donde puedan proliferar los
zancudos transmisores, medidas sanitarias al manipular el agua que se
va a consumir.
La situación es de
por sí bastante compleja, y últimamente ha venido a sumarse un
factor externo que la empeora: la propaganda sucia de los sectores
antigubernamentales, diputados y eternos aspirantes a gobernadores (el gracioso Américo De Grazia y el pobre perdedor de siempre Andrés Velásquez a la cabeza)
que desde Caracas y Puerto Ordaz han propagado la especie de que el
Gobierno nacional “no está haciendo nada” para detener el
paludismo, y hablan de una situación de epidemia que no está
decretada. El impacto de esa campaña en el exterior y entre las
poblaciones afectadas perturba todavía más los ánimos en contra de
las personas y equipos que sí están trabajando para controlar los
brotes.
Sí hay medicamentos
contra el paludismo en Venezuela, sí se están aplicando esos
medicamentos a los enfermos, y sí existe una movilización criminal
para desaparecerlos y encarecerlos. La propaganda forma parte de esa
artimaña criminal que quiere provocar una catástrofe o aparentar
que la hay para estimular el descontento social.
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