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Llegando al cerro El Gallito |
En este territorio se desparrama uno de los mayores yacimientos de coltán del planeta. Esta es la primera entrega de una serie de crónicas y reportajes realizados en los espacios y linderos de la empresa Parguaza, territorio de los pueblos piaroa, jibi y curripaco, en el extremo oeste del Arco Minero del Orinoco
Texto y foto: César Vázquez
Hay cierto hermetismo en cada inmersión; que nadie quiere exponerse,
eso se sabe. Con un cambio de tono, como si me hubiera visto dudar, me recuerda
que su nombre no debe aparecer en esta crónica ni en nada de lo que
vaya a escribir, entonces le ofrecí llamarlo “Enrique” como
seudónimo. Cuando se lo dije pensó que no era con él, esa fue la
mejor respuesta. Faltaba todavía medio camino.
Cuando me preguntaron que si mi teléfono estaba apagado supuse que me harían esa
advertencia, pero me equivoqué: se trataba del campo magnético al
que estábamos expuestos, que descontrola y daña algunos aparatos
electrónicos, como los teléfonos por ejemplo. Un test de calidad
bajo estas condiciones no lo hace cualquier fabricante, a menos que
se llegue por estos lados o se lo pregunte a alguno de estos mineros.
Ahora, si uno está parado sobre una de las reservas más grandes de
coltán del planeta, por supuesto. Lo que allí puede suceder es que
te llegue una llamada que no debas atender porque el procesador de tu
teléfono va a estar en línea primero con su propio elemento, el
coltán, y si eso sucede, ¡cortocircuito! Aún no hay máquinas que
hagan la revolución de las máquinas, y muy probablemente deba parir
buscando otro teléfono.
“Él fue minero antes que geólogo” me dice el pariente (indígena
nativo de la zona) que lo acompaña y remata diciendo: “este no es
cualquier minero”; los títulos quedan al aire mientras uno va en
la tolva de un camión arriesgando la vida haciendo lo que a uno le
gusta. “Estoy aquí porque conozco a la gente indicada” le
respondí.
Así fue como Enrique empezó a hablar de un tal Camilo, una leyenda
viva:
--Al primero que agarraron por estos lados fue a Camilo, con una
piedra de 12 kilos (pudo decir que era una más grande, estaba
seguro). Yo solo llevaba una de 2 kilos, así que cuando uno se cae
con la Guardia automáticamente a uno se le sale: “mira, pero vamos
a hablar”.
Por esa razón se había ganado el respeto entre los mineros de la
piedra negra (el coltán), lo había visto en una feria patronal en
el puerto hacía más de 6 años.
Nunca le pregunté si Camilo estaba en libertad, pero si fue por
extracción Ilegal de material estratégico para la nación, hasta 12
años por el pecho posiblemente podía estar pagando.
En cualquier caso, apagar el teléfono era lo mínimo que podía
hacer, y lo más conveniente cuando también debía pasar por
evangélico si era necesario, en las alcabalas. Si estoy frente a un
guardia que me pregunta qué hago y para dónde voy, en primer lugar
debo demostrarme arrepentido y agradecerle a Cristo que ya estaba
encaminado; lo más importante era tratar de llegar lo más cerca
posible al caño de Orera, donde comienza la trocha.
Del otro lado del río está Colombia con los más buscados
compradores de coltán y sus bases militares gringas.
Mientras más lejos de Puerto Ayacucho estábamos, más hostil se
ponía el ambiente. La excusa de Enrique siempre fue sincera: íbamos
a buscar sus herramientas. La manera de decirlo dejaba claro que
todos éramos mineros y contrabandistas, incluyendo al guardia, pero
nadie debía saberlo.
Si lleváramos una suruca o una batea nos llevan presos, por eso le
digo al guardia que vamos a buscarla, no hay problema.
Todo se lo dejé a su cosmogonía piaroa, aunque me parecía
innecesaria tanta honestidad. Igual nos dejaron pasar; haber dejado
abierta la posibilidad que de regreso nos podían matraquear parecía
ser la formula.
Cerca del cerro El Gallito (el lugar a donde vamos) tres pueblos
indígenas se disputan la demarcación y es allí donde el Estado dio
la primera concesión para la explotación, producción y
distribución de coltán a una empresa mixta
--El camino puede ser de tres horas o más dependiendo de adónde
vamos a llegar. Ese es el cerro donde estamos sacando la piedra
negra, siempre buscamos la parte alta para hacer el campamento,
primero por la visual que se tiene, y segundo porque si llueve no nos
vemos afectados por lo que arrastra el agua.
Los mineros de coltán como Enrique y su compañero pueden permanecer
una semana o un mes dependiendo de cuántos son en el equipo y de
cómo esté la suerte. La cantidad de material que se puede sacar
puede oscilar entre 8 y 20 kilos en una semana, y si son más de 6
personas podrían sacar 120 kilos en una semana. Una suerte
instintiva aunque parezca contradictoria, en este caso debíamos
seguir apostando a que nada nos desviará de nuestro camino.
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De incógnito |
Al pasar Pavoni, uno de los últimos caseríos, nos quedaban dos
alcabalas más. El pariente insiste con lo del campo magnético y
asegura que cualquier drone no puede sobrevolar por allí por las
mismas causas que dañan los teléfonos.
--Los que pasan por aquí son tan grandes como esta camioneta, se
oyen como libélulas mecánicas y como los pintan de blanco para
camuflajearlas entre las nubes ni lo ves, solo los escuchas y te
agachas.
El pariente quiere lacearse un drone de esos.
Mientras Enrique intenta vacilar al pariente hablando de los drones,
el chofer va esquivando los huecos de la carretera. Las piedras que
emergen del follaje y que componen el paisaje tienen unas vetas de
cuarzo que se confunden con las caídas de agua, y unas caídas de
agua que se confunden con las vetas de cuarzo. Estamos en el lugar
más antiguo del planeta, el sitio ideal donde podemos cuestionar
casi todo.
Pero hay que recordar lo principal: “La cerca que vamos a bordear
es nuestro límite”. Se trataba de los límites de la empresa
Parguaza.
La empresa tiene más de tres años formalizando sus convenios, pero
desde el año pasado arrancó sus operaciones, siendo esa empresa una
de las piedras fundacionales del Arco Minero del Orinoco. Al
principio le compraba el coltán a los piaroa. Después de varias
reuniones los piaroa autorizaron la explotación del coltán, y le
fue otorgada la concesión de las tierras bajo la administración del
Estado. El 55% es del Estado y el 45% de la empresa, como en toda
empresa mixta.
--Cuando se establecieron montaron una cerca. Pero los indígenas
seguíamos trabajando incluso estando la empresa allí, a uno lo
llevaban hasta allá y uno les arrimaba el material (“arrimar” es
vender o tributar). Hoy en día no se puede. Cuando se establecieron
los precios, que el presidente salió hablando, la empresa dejó de
comprar.
Había dos razones para ir de ida y vuelta, la primera es que hoy en
día nadie se acerca por temor a ir preso, se trata de “extracción
ilegal de material estratégico para la nación”, así se lo
caletreo después que le encontraron los 2 Kg en las bolas, y en
segundo lugar con la entrada del verano en diciembre nadie busca
coltán sino oro.
El coltán se vende por kilos, en cambio el oro
por gramos o gramas, y con un gramo de oro tú te puedes ganar lo que
puedes ganarte con 20 kilos de coltán. Además el oro siempre va a
aumentar su valor, mientras que el coltán siempre mantiene su
precio.
Por estas sabanas hay familias enteras que viven de la extracción
del coltán, desde el más viejo hasta los más chamos, sobre todo
los piaroa, con quienes los jivi y los curripaco comparten los
territorios. Una cinta trasportadora de material va apareciendo como
un elefante verde, pienso que ya estamos más cerca. La empresa ha
hecho algunas vías, ha mantenido otras y ha reforestado zonas por
las que pasé. Nos había caído la noche ya cuando llegamos a la
entrada de la trocha, el camino lo refractaba el cuarzo recargado con
toda la claridad de un cielo estrellado.
Enrique decide inesperadamente que debemos parar, nos pide que
hagamos silencio y señala unas luces que estaban a un poco menos de
un 1 Km; era el comando de la guardia.
--Si yo lo oigo, allá lo deben estar oyendo. Si oímos a los perros
ladrar, estamos jodidos.
Era imperceptible el sonido de dos picos, uno después del otro,
estaban metiéndole a la piedra, era un imprevisto, algo estresante,
el coltán estaba por todos lados. Es decir, habíamos alcanzado el
objetivo, llegar lo más cerca de la mina. Sin embargo él era el
responsable de esta expedición, si debíamos parar y regresar yo
estaba de acuerdo, así que aceleramos el paso. Ellos bajaron
hablando en su lengua originaria, houttöja.
--Si nos cae la guardia o los pata 'e goma a esta hora, estamos
jodidos. Los pata 'e goma son guerristos. Bueno, guerrilleros.
Pensé que resumía para informarme lo que pasaba. Hasta donde uno
sabe, los farianos, es decir, los miembros de la FARC, entregaron las
armas y entraron a la “vida democrática” en Colombia, con el
apoyo de una gran fuerza popular, pero también se sabe que por esta
zona operan otros grupos como el Ejercito de Liberación Nacional,
(ELN).
Cuando regresamos a la entrada de la trocha la camioneta tenía el
capó abierto. El viejo truco, el simulacro del carro accidentado.
Habíamos tenido que regresarnos, por eso llegamos 2 horas antes de
lo previsto.
El coltán está prácticamente allí sobre la superficie de la
tierra, de la pata del cerro hasta la punta. Su extracción depende
de un caño y de una técnica artesanal para poder separarlo.
Las
herramientas de Enrique que son con las que lo puede hacer seguirán
en su caleta, pero lo que ambos aspiran en lo más pronto es que el
Estado empiece a comprarles el coltán como mineros artesanales a un
precio justo y de esta forma ayudar a erradicar el contrabando y la
extracción ilegal.
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